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¡Cuán paradójica disciplina es la semiótica! Está en todas partes y en ninguna a la vez. Intenta ocupar un lugar donde confluyen varias ciencias: antropología, sociología, psicología social, psicología de la percepción y, más ampliamente, ciencias cognitivas, filosofía —especialmente epistemología—, lingu?.stica y disciplinas de la comunicación. La semiótica pretende, por añadidura, aplicarse a objetos tan diferentes que su enumeración parecería breve en un inventario al modo de Prévert, o en un collage surrealista: artes del espacio, sintomatología, derecho, meteorología, moda, lengua, ¿qué sé yo?… A fuerza de abarcarlo todo, acaba, sin duda, por apretar muy poco. Porque, salvo en caso de megalomanía, sus practicantes no pueden tener la pretensión de dominar los pormenores de cada una de estas disciplinas, de cada uno de estos objetos, pues ¿quién podría ser a la vez psicólogo y antropólogo, meteorólogo y especialista en imágenes médicas?
Pero creer en esta pretensión constituiría un error: la semiótica no intenta reemplazar ninguna de las aproximaciones que acaban de enumerarse. Su rol es más modesto (o más inmodesto, como se verá). La semiótica espera hacer dialogar todas estas disciplinas, constituir su interfaz común. Todas tienen efectivamente un rasgo en común, un mismo postulado: la significación. El antropólogo da sentido a las conductas y a los ritos, como el usuario del lenguaje lo hace con sonidos y el fulano con los gestos de su vecino. La semiótica asume la misión de explorar lo que es para los demás un postulado. Estudiar la significación, describir sus modos de funcionamiento, y la relación que ésta mantiene con el conocimiento y la acción. Tarea bastante bien circunscrita y por lo tanto razonable. Pero es también una misión ambiciosa porque, al cumplirla, la semiótica se vuelve una metateoría: una teoría de teorías.
Las divergencias entre las diferentes concepciones de la semiótica —hay más de una— resultan de varios factores, pero sobre todo de éste: la altura variable que puede tomar la semiótica con respecto a cada una de las disciplinas con las que mantiene relaciones. ¿Se mantiene en el puro nivel del objeto común —la significación—?
Se caracteriza entonces por un alto nivel de abstracción. “Especulación azarosa”, no dejarán de decir aquellos que se niegan a tomar distancia con respecto a lo que ellos llaman cosas concretas. ¿Se ocupa de describir de modo técnico la manera en que la significación se construye y circula por cada uno de los dominios donde se encuentra? “Pretensión cientificista”, denuncian entonces aquellos que se niegan a ver que el sentido siempre se materializa en lo cotidiano y no pueden sufrir al ver que pierde su pureza. Tendré que explicarme aquí sobre la alternativa por la que he optado.
Pero ante todo digamos que este manual ha asumido un propósito. Su ambición es dirigirse, en un lenguaje claro, a quienes no tienen todavía ningún conocimiento en semiótica. Su autor ha postulado también que esos lectores y lectoras no tenían ningún conocimiento particular ni en lingu?.stica ni en filosofía y que no habían sido iniciados en esa nebulosa de disciplinas que se llaman ciencias de la comunicación.
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