La semana pasada, en un foro de Bogotá Cómo Vamos sobre la venta de la ETB, la secretaria de Hacienda de la ciudad, Beatriz Elena Arbeláez, defendió la venta y dijo que ese dinero se debía invertir en el sector financiero. Como esa propuesta va en contravía de la política de la alcaldesa encargada Clara López, ésta le pidió la renuncia a Arbeláez.
Entre los nombres que más han sonado para reemplazar a Arbeláez está el de Aurelio Suárez, un analista económico del Moir que participó en el evento de Bogotá Cómo Vamos y fustigó fuertemente a Arbeláez. Ayer, la sección 1, 2, 3 de CM& volvió a mencionar su nombre.
Pero Suárez no está interesado. Por una parte, como ya lo había informado La Silla Vacía, Suárez es precandidato al Concejo de Bogotá y está enfocado en esa aspiración. Además, él cree que su función está más en hacer control político que en entrar a formar parte de la administración de la ciudad.
Ahora Clara López deberá elegir otro reemplazo para Arbeláez. La pregunta es si nombrará a un economista de izquierda, como Suárez, o a alguien más ortodoxo y que no genere nerviosismo en los mercados financieros, que son importantes para las finanzas de la ciudad.
La prestigiosa revista Harper´s, en su edición de abril -la cual acaba de salir- trae un artículo demoledor para Colombia. Porque, aunque muchos ya lo sospechaban, tener la prueba fehaciente duele más.
En un artículo sobre la futilidad de la guerra contra las drogas, el periodista Dan Baum le pregunta a John Ehrlichman, el asesor de política doméstica del ex presidente de Estados Unidos Richard Nixon, sobre la guerra contra las drogas iniciada por su jefe de entonces ¿Su respuesta?
“¿Quiere saber de que se trató realmente?”... “La campaña de Nixon en 1968, y la Casa Blanca de Nixon después de eso, tenía dos enemigos: la izquierda que estaba en contra de la guerra y la gente negra ¿Entiende lo que le estoy diciendo? Sabíamos que no podíamos prohibir estar en contra de la guerra o ser negro, pero si lográbamos que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, y luego criminalizábamos ambos fuertemente, podíamos golpear ambas comunidades. Podíamos arrestar a sus líderes, allanar sus casas, intervenir sus reuniones y estigmatizarlos noche tras noche en los noticieros de la tarde ¿Sabíamos que estabamos mintiendo acerca de las drogas? Claro que sí”.
La guerra contra las drogas - cuyas motivaciones reales conocemos ahora- le ha costado a Colombia miles de vidas, cientos de miles de millones de pesos destinados a pelearla y ha financiado a paramilitares, guerrillas y delincuentes comunes.
Solo entre entre 1994 y 2008, según el estudio realizado por el experto en drogas Daniel Mejía, la guerra contra las drogas era responsable del 25 por ciento de la tasa de homicidios.
Eso traducido en personas, significa que solo en ese período -que no incluye los finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando más intensa fue la guerra contra las drogas- fueron asesinadas 53.200 personas. Esto sin contar las que murieron por cuenta de la guerrilla o los paramilitares. O las que pasaron su vida en la cárcel.
Ese fue el precio del cinismo de Nixon y sus asesores y de la forma como Colombia lo interiorizó.