El lunes arranca en París la cumbre anual de Naciones Unidas sobre cambio climático con la misión crucial de poner de acuerdo a todos los países del mundo en cómo frenarlo. Y Colombia (con cinco países aliados que formaron hace dos años un bloque de negociación llamado la Asociación Independiente de Latinoamérica y el Caribe. Ailac) puso sobre la mesa una propuesta polémica que promete agitar la discusión, que lleva seis años empantanada.
En París habrá dos grandes pulsos políticos que definirán si se logra un nuevo acuerdo y qué tanto alcance tendrá.
El primer gran debate es si el acuerdo cobijará a todos los países con unas metas obligatorias y medibles para la reducción de emisión de gases de efecto invernadero, pues las del protocolo vigente, el de Kioto, no son obligatorias. En este un punto están enfrentados los países ricos (que creen que deben ser obligatorias para todos) y algunas potencias en desarrollo como China e India (que creen que solo deben ser obligatorias para los ricos, que tienen una mayor responsabilidad histórica).
En esa discusión la Ailac (Colombia más Perú, Chile, Costa Rica, Guatemala y Panamá) no juega un papel protagónico, pero propuso que una vez los países alcancen las nuevas metas, no puedan reemplazarlas más adelante con unas más suaves, pero que no sean obligatorias. “Por ejemplo, todos sabemos que China alcanzará su pico máximo de emisiones en 2030, pero de ahí en adelante no sabemos qué van a proponer”, dice una persona que conoce las negociaciones.
Esa idea, que en el lenguaje diplomático se llama el “principio de no backsliding” (de no deslizarse), causa mucho recelo pero podría ayudar a acercar las posiciones de los países porque hace que no sean obligatorias para nadie, pero sí que no se puedan echar para atrás.
El otro debate fuerte es de dónde saldrán la plata, tecnología y habilidades técnicas que se necesitan para aterrizar las estrategias en mitigación y adaptación y que los países menos desarrollados no tienen.
Los europeos y gringos buscan que el aporte en plata sea voluntario, Canadá y Australia se niegan, y China e India insistien en que si los ricos no se meten la mano al bolsillo, ellos no tienen por qué ponerse metas para reducir los gases.
Allí Colombia y Ailac están proponiendo que haya un mecanismo para compartir la información de lo que está haciendo cada país en esos frentes, como una manera de avanzar sin la pelea por la plata.
Si alguna de esas dos idea prosperan, sería el segundo triunfo consecutivo de Ailac que hace un año, en una cumbre en Lima en la que se redactó un borrador de acuerdo, logró meter los temas de adaptación al cambio climático, a pesar de que los países ricos querían un acuerdo solo en el frente de mitigación (los esfuerzos para reducir las emisiones). Aunque esas metas serán voluntarias, su inclusión es clave para países como Colombia, con emisiones de gases relativamente bajas pero -como demostró la ola invernal de 2010 y 2011- pero muy vulnerables a los efectos del cambio climático, por lo que deben invertir en adaptarse a él.
Dependiendo de esos compromisos y del éxito de las progresistas ideas de la Cancillería, comenzará en Colombia la puja por ver qué prácticas tendrán que cambiar los sectores productivos que más contibuyen al cambio climático y el gobierno Santos tendrá que demostrar si tiene realmente la voluntad política para aterrizarlos, algo que en la elección de directores de las CAR demostró no es su prioridad.
Por eso, si la Ailac logra meter una de sus propuestas, se habrá convertido en un jugador furnamental en la diplomacia ambiental. Y Colombia, con ella.